viernes, diciembre 18, 2009

ventanas y un naranjo

En las últimas horas (semanas, meses) he abierto nuevas ventanas, ventanas que miran hacia el mundo y hacia dentro, dejando circular ideas y emociones y decisiones. Son de ésas que llevaban tiempo entreabiertas, las que no pueden moverse si falta la confianza, la que ahora siento de una forma más clara, serena y paciente. Abrirlas poco a poco no cambiará nada en apariencia y, sin embargo, sé que tienen el poder de hacerlo todo posible.
Llego aquí hoy impulsada por esta sensación aún recién nacida y por una imagen que me acompaña. Una vez me regalaron un naranjo simbólico, sus frutos querían alimentar a mi alma, a esa luna que me habita con sus llenos, sus crecientes y sus menguantes. Es un regalo que sigue conmigo, porque puedo tomar de sus frutos con mis propias manos, porque confío hoy más que nunca en la necesidad de un nuevo camino en el que mi equipaje lleva todo lo bueno que necesitaré en adelante, lo que ya tengo.

jueves, diciembre 10, 2009

Columna 2

Mi abuelo, el sepulturero, me contaba que había un tonto en su pueblo, soltero por necesidad, que tenía una colección de pedos y eructos en tarros de cristal. Lo descubrió él mismo cuando Pacorro, así le llamaban, murió por causas desconocidas y tuvo que entrar en su casa para meterlo en el ataúd. En una habitación encontró cientos de botes clasificados por fecha, hora y tipo de comida que había precedido a cada acto gaseoso. Nadie se atrevía a abrirlos, así que mi abuelo, acostumbrado a lidiar con lo desagradable, metió sus narices en ellos y comprobó que la asquerosa tontería de Pacorro estaba tan hueca como su cabeza.
El interés por los gases que salen de la boca o del culo siempre ha sido patrimonio de niños o de tarados. Aunque resulta que ahora está de moda también entre los científicos, solo que ellos lo disfrazan de gran descubrimiento que salvará al mundo. Para ello, como el tonto, meten a doscientas ovejas vivas en doscientas cápsulas de cristal, les dan de comer y guardan sus pedos y eructos (y juraría que hasta puede que los huelan, acostumbrados ellos también, como mi abuelo, a lo desagradable). Lo innovador de esta línea de investigación es que, al parecer, por primera vez se han fijado más en la boca que en el culo como fuente de gases, lo cual parecería inteligente a no ser porque luego meten al animal en una cápsula donde todo se mezcla... ¡hasta Pacorro los separaba en botes distintos!.
El caso es que de todo esto resultarán unas nuevas ovejas “verdes” que contaminarán menos gracias a la dieta o a la modificación genética adecuada. Me entra la risa floja con el verde de las ovejas y me pregunto si la investigación de los científicos tiene más sentido al final que el coleccionismo del bueno de Pacorro. Yo creo que les puede pasar algo muy parecido, que mueran por causas desconocidas y mucho tiempo después alguien más listo entre en el laboratorio, vea las cápsulas de cristal y las abra para soltar el vacío con una carcajada. Seguro que para entonces el mundo habrá cambiado mucho y que, con o sin ovejas verdes, aún quedarán tontos.

Columna 1

Dessine-moi un mouton, decía el Principito, sin saber que aquel ejemplar al que convocaba a su planeta podía ser el inocente y tierno principio del fin. O tal vez lo sabía, él que así a lo tonto soltaba verdades como puños y no parecía ajeno a lo que se nos venía encima. El caso es que no sé yo qué fortuna habría tenido el animal en aquel mundo de haber sido real, pero en éste parece que su proliferación excesiva ha dado ya prueba de unos efectos devastadores, además de malolientes.
La BBC explica que los eructos del ganado ovino (y vacuno, de paso) constituyen un "problema importante" en la lucha contra el cambio climático, pues el metano resulta ser uno de los gases más potentes en el llamado efecto invernadero. Australia, por ejemplo, cuenta con unos ochenta millones de ovejas y los científicos creen que si pueden reducir la cantidad de emisiones de metano que liberan estas bestias cada vez que eructan, tendría un impacto significativo en el calentamiento global. No lo dudo, pero no puedo evitar imaginarme el mundo realmente así ahora, como un gran invernadero en el que nos han encerrado a todos con un montón de vacas y ovejas eructando (entre otras cosas) y de repente siento que me falta el aire.
El dato tranquilizador es que los expertos se han puesto manos a la obra; qué sería de nosotros sin expertos en el mundo. Están comprobando cuánto eructan los ovinos después de comer, y para ello los mantienen en cabinas para contabilizar los gases que emiten según lo que comen, y según su ADN y tal vez hasta según el rizo de su lana. Tiene que ser un trabajo duro el de nuestros científicos, y me alegra que ellos lo hagan mientras yo escribo, porque no todo el mundo es capaz de soportar tal disciplina.
A mí me da más por pensar en las ovejitas, metidas cada una en su apestosa cabina, y me apenan porque seguramente no entienden nada y hasta puede que con el estrés del encierro eructen más y alteren los resultados, sin que los expertos lleguen a adivinar nunca si la respuesta está en la genética, en el menú de las ovejas o, como con tantas otras cosas, en la naturaleza de un mundo al que, como principitos de verdad, hemos convocado en exceso a cantidad de cosas difíciles de controlar.

 
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