Ahora, que el desierto quedó atrás
y puedo verlo desde la atalaya del tiempo,
cada tropiezo en su arena,
cada tormenta y toda la sed,
son inofensivos ya y maestros
a los que volver, como a cualquier viaje,
sólo con el recuerdo.
Porque fue muy árido y muy lento
ahora que lo veo así, más lejos,
y ya mojo mis pies en las orillas de otro paisaje
y no hay regreso posible.
Puedo abrazarme ahora a sus cristales rotos,
y sentir, por el espacio de un poema,
aquel cansancio de pensar,
de andar con mil voces a cuestas
tirando de un cuerpo sin risa
sin tener las fuerzas ni querer las riendas.
Veo mi agua estancada en aquel fondo
de amor y de tristeza
que gota a gota lloraba
rocío de sal sin mar a la vista.
Vuelvo al espacio inmóvil
cuando cerraba mi puerta,
y al silencio de todas las cosas
contra el persistente herir de la nostalgia.
Y a cada paso en la zanja,
a cada mal trago de ausencia,
cogerme a manos tendidas
como cuerdas, como remos en el aire.
Puedo ahora abrazarme en el espejo
y recordar que fui yo
la que apuntó al horizonte
clavando cada pena en el suelo.
Puedo abrazarme sin miedo
al tránsito de dejarte, amor,
con la memoria que es justa
con todo lo que fue y es cierto.
Y puedo abrazarme al desierto
porque conozco sus caminos,
porque inventé la salida
y porque lo llevo dentro.
y porque lo llevo dentro.