Hace un tiempo un buen amigo y consejero literario me recomendó a Julio Ramón Ribeyro y sus "Prosas apátridas" como lectura para un viaje de regreso a París (siempre se trata de un regreso a esa ciudad, pero aquella vez de forma especial). Me acompañó abriéndome puertas a ideas y reflexiones de una lucidez a veces sorprendente, a menudo afiladas como cuchillos, en ocasiones agrias pero la mayoría de ellas tiernas y poéticas, siempre minuciosas...
Ayer lo retomé en un rato de paz y lectura en casa. No lo acabé en aquel viaje, es un libro de esos a los que se puede volver siempre, leer por partes, a saltos, como la poesía. Pensé que podría estar bien crear una especie de saga de post's, irte dando de vez en cuando alguno de esos textos para que los saborees y los pienses si te apetece. Se explican por sí solos, así que te los iré dando así, desnudos, literales, completos cada uno en sí mismo. Tus comentarios serán bienvenidos y nos invitarán a todos a darle algunas vueltas más cuando nos inspire.
El primero, al azar, breve, es este... hace poco comentaba esto con una amiga cuando, atravesando paisajes lindísimos, no éramos capaces de saber el nombre de las especies de algunos árboles y plantas, y nos sentimos urbanitas perdiéndonos algo de la magia que encierra el hecho de ser capaces de ponerle nombre a esa belleza. Y qué decir de los cantos de los pájaros anónimos, de los insectos infinitos, o las estrellas...
Habituados a la ciudad, ignoramos, hombres de esta época, todas las formas de la naturaleza. Somos incapaces de reconocer un árbol, una planta, una flor. Nuestros abuelos, por pobres que fuesen, tuvieron siempre un jardín o una huerta y aprendieron sin esfuerzo los nombres de la vegetación. Ahora, en departamentos u hoteles no vemos sino flores pintadas, naturalezas muertas o esas raquíticas plantas de macetas que parecen sembradas por peluqueros.
miércoles, abril 30, 2008
prosas apátridas I
Etiquetas: literatura, prosas apátridas
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Es buen ejercicio salir a caminar por la ciudad… despegar la mirada del suelo. Hay universos enteros por descubrir luego de las murallas de nuestra casa.
...¡Sí!...
Publicar un comentario