Gritos sin sentido
y en todas direcciones,
interferencias como cuchillos
lanzados a ciegas
con demasiada prisa,
hiriendo a destajo
la fragilidad de nuestras penas.
Solo después, en el silencio,
queda lo que se rompe
y queda también
lo que ya estaba roto
antes de los gritos,
antes de nosotras mismas.
Quedan la soledad
y la incomprensión...
y el amor.
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