jueves, marzo 21, 2013

A un pescador




Te veo en el agua
siempre en el agua,
la que bebo en vaso ancho,
la que me ducha solo a mí cada mañana,
la de cualquier río desde un puente,
embalse desde un camino,
la del mar desde un balcón, un puerto,
desde la arena o una barca.

El agua es tu paisaje en mi mirada
y tu espejismo en mis desiertos.

Estás en el secreto del agua
que buscabas y aprendí a encontrar contigo.
Eres la vida escondida en las señales,
en las ramas sumergidas del margen,
en las ondas concéntricas y en las salpicaduras.
La vida en el silencio expectante
de un amanecer de lluvia en el pantano,
una tarde de canal entre arrozales
o una noche más en el embarcadero.

El agua es el misterio que te esconde
y donde siempre, siempre me descubres.

Eres el silbido leve del arma sutil en el aire,
el dibujo de su paseo ondulante y su danza.
Con el disfraz necesario
y la justa ventaja,
asaltas al hambre con tu engaño
hecho a la medida de sus ansias.
Vences al depredador con tus artes
el anzuelo en su boca
trae su desnudez a tus manos,
y te concedes entonces la paz del indulto
porque sólo puedes ya perdonarle la vida
y dejarla, herida, en su mundo.

Y te vas como el agua,
y yo me inundo de sed y de lágrimas
y regreso a la calma
y conmigo sin ti respiro,
porque me quedan agallas
y en el agua te veo,
en todas las aguas,
porque yo soy en la tierra
esa presa
salvada.

 
*