martes, julio 16, 2019

Historia de una noche de verano


El suyo fue un amor de dos estaciones. Empezó una noche de septiembre, todavía era verano. La piel aún morena era un territorio accesible e infinito para la sorpresa y la prisa del primer fogonazo del enamoramiento. Él sintió la certeza del deseo y la fascinación de lo posible; ella dejó que su puerta abierta le dejara entrar y pasó por alto algunas intuiciones. La noche de verano dio paso a muchas otras de otoño. Se sabían precipitándose en el vértigo, se sentían valientes y se entregaron desde ese lugar que siempre es común entre dos que se desean: el presente y las ganas. En invierno todo era certeza y amor, ella dejaba a veces que hablaran algunas de sus intuiciones, él se callaba. A pocos días de la primavera, él le dijo que no se verían más, que todos los planes vividos y proyectados habían sido verdad pero que no sucederían ya los segundos. Se armó de su miedo y se lo dijo, se disfrazó de certeza y se lo repitió, se atrincheró en el silencio y lo mantuvo. 
El suyo fue un amor de dos estaciones, empezó una noche de verano y nadie podría juzgarlo corto o incluso inútil porque acabara en silencio. ¿Es lo que dura una ilusión o el dolor que causa que termine la medida para decidir su sentido? 

 
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