lunes, julio 07, 2014

JUSTO ANTES

No encuentro palabras,
no encuentro las palabras para nombrar
aquello que precede a eso
que lo cambia todo,
palabras para quedarme en el filo, de puntillas, 
lamiendo el latido en las coordenadas
del justo antes.

No hay forma de detenerme ahí,
en el umbral de lo que está por llegar,
el limbo de lo anterior
donde, como en un parpadeo,
no hay tiempo ni espacio ni verbo,
no hay remedio.

Porque ¿cómo saberse
en el prólogo del amor,
en el preludio de la pérdida,
el oráculo de la guerra,
en la antesala de la suerte
o el presagio de la muerte,
en el preliminar del encuentro,
el origen del incendio,
en el embrión de la herida,
o el aperitivo de la huida?

¿Cómo saberse en el preámbulo
si es invisible, inasible, inaprensible.
Cómo adivinar el sonido
cuando nace lejano y viaja
si sólo se conoce cuando se ha oído?

Así que me encuentro, como tú, ante la vida
desnuda, respirando,
sin crisálida que envuelva y anuncie
la mudanza y el tránsito.

Porque somos gota de lluvia en la ola,
piedra en el ojo del huracán,
grito en el aliento del ruido,
y no hay palabras refugio
para esta espera sin nombre,
para el justo antes de lo que vendrá
en el que siempre, siempre me encuentro,
pero no me reconozco.

A veces me quedo muda y atenta
como un cormorán frente al mar,
con las alas bien abiertas,
en la quietud de lo posible,
y sé, como él, cuál es mi deber:
me calzo, entre la esperanza y el miedo,
las botas de la vida,
y sin cuándo, cómo ni dónde,
sin domesticarme cabalgo
sobre el caballo de la luz
y de la sombra.


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